Crítica de escritores
«Los críticos viven de la
crítica; los escritores, por el contrario, tienen la gran ventaja de no
estar sujetos a hablar sobre la literatura, si no lo desean. Suelen
tomar la palabra en ocasiones contadas, cuando tienen algo valioso que
decir, cuando sienten la necesidad. Y, como es sabido, la necesidad es
lo único imprescindible para escribir algo verdadero. Empecé, por tanto,
a acumular centenares de fragmentos de escritores: Milan Kundera
descubre el poder de lo fútil en las novelas de Flaubert; Thomas Wolfe
recrimina a Scott Fitzgerald su intolerancia hacia los libros que
“hierven y se derraman”; Paul Auster se conmueve por la ternura
escondida en los libros de Georges Perec; Foster Wallace reivindica el
humor de Kafka y Dostoievski; Natalia Ginzburg observa el cambio de luz
en la obra de Calvino; Thomas Bernhard, el huérfano, se tira en los
brazos de su padre adoptivo Montaigne; Françoise Sagan comprende con Albertina desaparecida
en qué consiste la locura de escribir; Walter Benjamin y W.G. Sebald se
asombran ante la transparencia del “yo” kafkiano; García Márquez
encuentra su camino literario tras la lectura de La metamorfosis; Virginia Woolf se emociona leyendo Un corazón simple
de Flaubert; C.S. Lewis se lamenta que los animales no puedan escribir
libros; Marcel Schwob y Juan Marsé releen, ensimismados, La isla del tesoro; el Quijote político de Magris, el Quijote sonámbulo de Bergson, el Quijote campeón de la libertad de Pitol, el Quijote
humanista de Le Clézio, etc. Todos estos fragmentos eran para mí
momentos raros en los que, de pronto, un relámpago ilumina el cielo. Ahí
encontré la verdadera universidad, en la crítica de los propios
escritores.» (Kim N. Baraldi)